martes, 27 de septiembre de 2011

Plegaria- víspera de Rosh Hashaná

¡Oh Eterno! Aunque ningún hombre debe dejar pasar un día sin darte cuenta de sus actos y arrepentirse de sus errores, aunque Tu mano paternal siempre está extendida para recibir al pecador arrepentido cuando vuelve a ti, el hombre, llevado por las preocupaciones diarias, absorbido por sus pasiones terrenales, continuamente acumula pecado sobre pecado y duerme con la conciencia cargada de iniquidad. Oh, más solícito por el bienestar de su alma la despliega cada noche ante Ti, para solicitar Tu merced, y se familiariza tanto con sus pecados a través de su constante recitación que no se impresiona más cuando Tú se los perdonas tantas veces.

¡Oh Padre de la humanidad! Tú conoces nuestras necesidades aun antes que nosotros las sintamos y has previsto nuestra propensión  al pecado  y nos has prevenido contra él. Por esta razón, has instituido un día solemne: has seleccionado un día, sagrado entre todos los otros y lo has investido con terrible majestad.

Has dicho: “Este es el día del recuerdo; todos vosotros que estáis cargados de iniquidades, todos vosotros que durante el año sois llevados por vuestra ligereza, por vuestras pasiones y que habéis descuidado vuestras almas y os habéis olvidado del Eterno; examinad vuestras conciencias, purificad vuestros corazones, arrepentíos de vuestras faltas. Un solo día de sincero arrepentimiento, un solo día de verdadera humildad puede borrar muchas faltas.”

En este día, oh Juez Eterno, Tu trompeta de juicio suena para reunir a toda la humanidad. Todo Israel esta postrado ante Tu santo nombre. ¡Cuan temible y solemne es este día! ¡Quien puede ser tan desatento como para despreciar Tu llamado, y desatender la bendición de esta fiesta, en día dado por tu merced!
Pero esto no es todo, oh Benéfico Padre. No condenarás aun a aquellos que están cargados de culpa, ni los borrarás del libro de la vida; los llamarás otra vez a Tu servicio y ordenarás los días de penitencia, para buscarte y obtener el perdón por sus iniquidades.

Que este Día del Recuerdo no sea de observancia vacía solamente, que mi corazón pueda arrepentirse de verdad; que mi resolución de volverme digno de Tu gracia no sea un deseo pasajero, sino una firme voluntad para el bien, que resista a toda desgracia y tentación.

¡D-is mío! He pecado contra Ti, he desatendido a Tus bendiciones: he vacilado en mi fe, de descuidado Tu culto y transgredido Tus leyes. He pecado contra el prójimo, no lo he beneficiado como podría haberlo hecho, no he amado como debería haber amado a mi hermano. ¡Ay! He envidiado, tal vez hasta odiado a algunos. ¿Puede el arrepentimiento más profundo borrar tales pecados? No, primero debo pedirle perdón a  aquellos a quienes he ofendido. Debo hacer más-por mi parte debo perdonar a mis enemigos: ¿Cómo puedo buscar Tu misericordia si no perdono a aquellos que me han herido?

Hay una virtud más sublime aún, que necesita esfuerzos sobre humanos para ser alcanzada. Debo amar a mis enemigos, pues, ¿no son ellos también hermanos equivocados a quienes debería más bien compadecer que odiar? Para ser capaz de triunfar de este modo sobre mi débil naturaleza, basta contemplar mi propio fin y el de ellos. ¿Deberían aquellos que mañana duermen juntos en el sepulcro odiarse mutuamente hoy?

Oh Juez soberano, la proximidad del nuevo año me llena de estupor; ¡cuantos males, cuantas desventuras podrían tocarme, si Tu justicia no estuviera templada con merced! El latido de mi corazón se detiene cuando reflexiono acerca de sobre cuántos seres queridos podría caer el castigo de mis faltas.

Oh Padre misericordioso, ten piedad de mí; extiende otra vez Tu merced, perdóname a mí, a los míos y a todo Israel. Amén

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